El fenómeno de la globalización ha suscitado en los últimos años un frenético debate en el que múltiples cuestiones se ponen en duda. Aspectos como su origen o su propia existencia son recurrentes cuando se trata de analizarlo.
Hay quien afirma que la primera globalización se remonta a la época de esplendor del Imperio Romano. Aunque podría recriminarse su carácter regional (Europa y centro-Asia) lo cierto es que hubo una gran difusión cultural, tanto a nivel de creencias como lingüístico (latín), que penetró significativamente en los pueblos del imperio. Si a esto le sumamos, además, los grandes flujos comerciales existentes en el Imperio, observaremos que la idea no va tan desencaminada. Al fin y al cabo, fue una transformación en toda regla. Por otro lado, también existe la creencia de que la globalización nace con el descubrimiento de América (1492). Los valores de occidente se exportaron al Nuevo Mundo y se intensificaron los intercambios comerciales que permitieron el enriquecimiento europeo. De tal calibre fue la intensificación comercial a nivel internacional que, en términos relativos, fue mayor que la globalización actual. Por último, no podemos dejar de mencionar a aquellos que, basándose en términos absolutos, afirman que la globalización es un fenómeno reciente y sin precedentes.
Es cierto que nunca había tenido lugar unos flujos migratorios y comerciales vivimos hoy en día (en términos absolutos), tanto es así que se ha dado paso a un Nuevo Orden Mundial en el que ya no tiene cabida la división Norte-Sur. Pero aunque ya no se conciba el mundo como una relación de poder entre los dos hemisferios (norte ricos y sur pobres) sigue habiendo perdedores y ganadores. Las empresas (la mayoría occidentales) y el mercado son ahora las que guían al rebaño, preocupándose por el bienestar de las ovejas más grandes y fuertes en detrimento de aquellas que, más débiles, se quedan a mitad del camino. Así pues, los pastores, los únicos que podían proteger a cada una de las ovejas por separado (los gobiernos estatales), quedan relegados a un segundo plano sin posibilidad de hacer nada para acelerar su marcha.
A través de esta metáfora vislumbramos el problema de fondo que radica de la globalización y que no ha dejado indiferente a nadie: la desigualdad a nivel mundial va creciendo a un ritmo estrepitoso. Grandes marcas multinacionales utilizan la mano de obra barata existente en algunos estados y aprovechan para enriquecerse sin preocuparse de los efectos negativos que esto supone para ese país. De esta manera, esta costumbre va haciéndose cada vez más grande y, como una bola de nieve, va integrando cada vez más y más estados. No obstante, se debe tener en cuenta que la globalización es multidimensional pero no es ni lineal ni uniforme, y que por lo tanto no afecta igual ni al mismo tiempo a las diferentes regiones, ni países, ni dimensiones.
También queremos poner de manifiesto el carácter occidentalizador de este nuevo proceso, que se mueve desde el plano económico hasta el institucional y cultural. En términos económicos, el capitalismo y la ideología neoliberal están a la orden del día y aquellos que no son afines a su decálogo son persuadidos para jugar y, si se niegan, son marginados y condenados a la pobreza. Tal es el efecto de “remolque” de los países occidentales que se han llegado a formular las teorías de la McDonalización y de la Ikeización. La primera establece que en aquellos países donde hay un McDonalds no ha habito un conflicto directo con otro estado desde que éste está ahí (tienen a EEUU como garante) y el segundo, lo mismo, pero con el establecimiento de Ikea (normalmente en países afines a los nórdicos, pacíficos).
En la dimensión institucional es donde podemos denotar el etnocentrismo occidental, ya que, en vista de la democracia como mejor sistema político, se quiere imponer en el resto de países al precio que sea y sin tener en cuenta su contexto (véase el ejemplo de la Guerra de Irak).
Por lo que respecta a la dimensión cultural, incialmente puede parecer que se trata, efectivamente, del plano donde globalización es sinónimo de occidentalización, puesto que la cultura europea y especialmente la americana se han extendido a prácticamente todo el mundo a través de ciertos hábitos, celebraciones e iconos (desde Madonna hasta el fast food o el Santa Claus vestido de rojo), entre muchas otras cosas.
Sin embargo, no hay que perder de vista el hecho de que la cultura occidental se caracteriza por un etnocentrismo y un relativismo cultural muy marcados (es decir, que evaluamos las acciones, tradiciones y costumbres de otras culturas partiendo del axioma de que nuestra cultura es “superior”, “mejor” o “más correcta” que las demás, y por lo tanto las evaluamos según nuestros patrones). Esto podría llegar a plantear una seria duda de si la globalización cultural es efectivamente una occidentalización del mundo o bien se trataría de algo “multidireccional” (más bien entre una fusión entre oriente, occidente, norte y sur) si los países occidentales se desprendieran de la “coraza” (llámese relativismo cultural, etnocentrismo, ser “cerrados de mente” o lo que se prefiera) que les impide en cierto modo darles una oportunidad a las cosas nuevas.
Por otra parte, parece que progresivamente los occidentales nos estamos “abriendo” a las demás culturas (eso sí, muy lentamente y parece ser que por querer buscar algo más exótico, más que nada), lo cual parece ser un paso en la buena dirección, pero sigue sin dejar de ser curioso como jerarquizamos de algún modo las culturas, dejando paso al manga, el sushi y el budismo pero ignorando por completo (aún) las culturas africanas, por ejemplo.
Este etnocentrismo tan occidental, tan nuestro, es el que facilita la creación y el mantenimiento de estereotipos de otras culturas. Además, se podría decir que más que estereotipos podríamos estar hablando de prejuicios puros y duros, ya que a nadie parece destacar lo trabajadores que parecen ser los japoneses, pero sí lo “frikis” que “son”. Estos prejuicios, a su vez, alimentan este etnocentrismo, entrando en un círculo vicioso que acaba por hacer creer a los occidentales que somos los “salvadores del mundo”.
En próximas entradas profundizaremos más en esta cuestión, así como sobre los flujos migratorios derivados de ella (y, cómo no, como afectan a la economía), sin dejar de lado cuestiones relacionadas con los países emergentes.