sábado, 18 de febrero de 2012

La reacción a la inmigración: una de las caras (no tan bonitas) de la globalización


Estas noticias del pasado agosto reflejan muy bien otra cara más de la globalización: la inmigración y la reacción a ella. Ambas muestran las dos caras opuestas de la misma moneda, es decir, las reacciones de España ante la oleada de inmigrantes rumanos en busca de trabajo y la reacción del colectivo al saber de la imposición de la necesidad de disponer de un permiso de trabajo previo a la entrada en nuestro país, vigente hasta finales de este año. 

Estos flujos de inmigrantes que recibe nuestro país desde hace unos años, sin embargo, tiene motivaciones muy diferentes a las de los inmigrantes del pasado, tal y como sostiene B. Milanovic. En épocas anteriores, la inmigración se producía por la voluntad de prosperar en otro país (en otras palabras, cambiar el estatus social), puesto que se era pobre por el estrato al que se pertenecía. Actualmente, y cada vez más, la pobreza está relacionada con el país de origen, independientemente de la clase social a la que se pertenezca. En otras palabras, estos inmigrantes no pretenden escalar posiciones respecto a las que tenían en su país de origen, sino mantenerse en la misma en un país más rico, puesto que las rentas que reciban serán mayores (en palabras llanas: un obrero español cobrará más que un obrero rumano y menos que un alemán, por ejemplo).

Hay que ser conscientes, sin embargo, que los flujos migratorios que existen actualmente no tienen punto de comparación con los que se dieron como consecuencia de la (primera) globalización durante la Revolución Industrial, puesto que en ese entonces cambiaron por completo las estructuras sociales que hasta entonces habían existido. En términos comparados, pues, los flujos actuales son menos relevantes que los del pasado. Aún así, éstos no dejan de suscitar reacciones, como la que se aprecia por parte del gobierno español.

La segunda noticia muestra, como os comentábamos, la reacción del colectivo rumano ante esta discriminación. La pregunta que se hacen es bien simple: ¿Por qué ellos necesitan un permiso de trabajo para poder entrar a España y los demás miembros de la CEE no? Es una buena pregunta, la verdad, sobre todo teniendo en cuenta que “con una tasa del 20% de paro España ya no es atractiva para los emigrantes rumanos”. Encontrar una respuesta es complicado, pero todo parece apuntar que volvemos a lo mismo que planteábamos en una entrada anterior: recibir a un rumano es “peor” que recibir a un inglés. Así, por norma general, independientemente de su formación o sus capacidades. ¿Es justo? No, pero es la realidad.

Esto nos hace entrar en el ya debatido tema del racismo y etnocentrismo presentes en Europa y cómo estos se ven acrecentados por los flujos migratorios derivados de la globalización. Así, los “PIGS” son vistos por los ingleses, alemanes y franceses como “países de segunda categoría”, igual que Rumania, Bulgaria y los demás países del este son percibidos del mismo modo por nosotros. 



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